Por Ibone Olza, Doctora en Medicina. Especialista en Psiquiatría. Profesora Asociada Universidad de Alcalá. Directora del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal.

 
Amamantar, hoy en día, parece más difícil de lo que muchas madres imaginan o esperan. En un estudio con 1500 madres estadounidenses que expresaban su deseo de amamantar de forma exclusiva, tan sólo el 39% lo lograba a los dos meses (Gregory, Butz, Ghazarian, Gross, & Johnson, 2015). Las que no habían logrado cumplir sus expectativas de lactancia tenían más riesgo de presentar sintomatología depresiva, lo que lleva a los autores a concluir lo importante que es que los profesionales tengan presentes esas expectativas de las mujeres en la atención que ofrecen (Gregory et al., 2015). Los motivos por los cuales es tan bajo el porcentaje de madres que logran amamantar como desearían son numerosos y complejos, por eso es importante analizar la promoción que se está haciendo de la lactancia desde diversas ópticas, necesariamente multidisciplinares, que incluyan lo social y lo cultural.
En internet es posible encontrar foros de apoyo a madres con nombres tan elocuentes como “Alimentación con biberón libre de culpa” (“Guilt free bottle feeding”)[1]. Suzanne Barston, fundadora del foro, cuenta en su libro, Bottled up (juego de palabras que viene a decir algo así como, “harta del biberón”), su frustrante experiencia con la lactancia y el enorme sentimiento de culpa que tuvo tras decidir pasarse a la lactancia artificial. El subtítulo del libro, Cómo la manera en que alimentamos a los bebés ha llegado a definir la maternidad y por qué no debería ser así, recoge la experiencia de muchas madres que han sentido dolor, pena, impotencia, frustración, culpa y vergüenza al intentar amamantar y/o al renunciar a ello, y optar por una lactancia mixta o directamente artificial.
Los trabajos señalan que las mujeres que sienten culpa al dar el biberón piensan que están haciendo daño a sus bebes (Thomson, Ebisch-Burton, & Flacking, 2015). Pocos estudios han analizado las experiencias de esas madres que optan por una lactancia mixta o artificial. En su estudio de seiscientas madres que alimentaban a sus bebés total o parcialmente con leche de fórmula, Fallon y col. encontraron que el 56% de ellas habían pensado durante el embarazo que amamantarían a sus bebés de forma exclusiva (Fallon, Komninou, Bennett, Halford, & Harrold, 2016). El 67% expresaban haber sentido culpa por dar el biberón. Un abrumador 76% sentían que tenían que defenderse o justificar su elección frente a otras madres o profesionales de salud. Pese a ello, el 67% se sentía satisfecha con su experiencia y 36% se sentían apoyadas por los profesionales. Sentían más culpa, y se encontraban peor, quienes querían dar el pecho y lo dejaban que quienes, desde un inicio, daban solo biberón. Pero estas últimas expresaban haber percibido más el estigma asociado a optar por la lactancia artificial (Fallon et al., 2016).

La culpa como síntoma depresivo

Algo que no se suele tener en cuenta es que el sentimiento de culpa por no amamantar puede ser un síntoma nuclear de depresión posparto, un trastorno altamente prevalente, que se estima padece, como mínimo, una de cada ocho madres en el año que sigue al parto. A veces la dificultad con la lactancia puede ser un síntoma o un desencadenante de la depresión: la relación entre depresión posparto y dificultades en la lactancia es bidireccional y compleja.
Las madres deprimidas tienen más riesgo de abandonar la lactancia (Taveras et al., 2003). La depresión incrementa el riesgo de cese de la lactancia por diversas vías. A nivel cognitivo dificulta el amamantamiento, al ser más probable que la madre no lo disfrute, que piense que su leche no es suficiente o que sienta dificultad para interactuar con el bebé (Dennis & Moloney, 2009; Stuebe, Grewen, Pedersen, Propper, & Meltzer-Brody, 2012; Stuebe et al., 2014). La sintomatología ansiosa y depresiva puede hacer que la madre se preocupe obsesivamente por la salud del bebé, por la cantidad de leche que produce o por controlar las tomas con detallado registro escrito, lo que entorpece y dificulta la experiencia. Inversamente, las madres que tienen dificultades tempranas con la lactancia tienen más riesgo de deprimirse, sobre todo si tienen dolor al amamantar o grietas en los pezones, lo que sin duda contribuye al componente inflamatorio que ahora se considera causante de muchas depresiones.
A su vez, el destete precoz es un factor de riesgo para el incremento de la ansiedad y la depresión maternas, lo que seguramente tenga que ver con la caída brusca de algunas neurohormonas en el cerebro de la madre (Ystrom, 2012).

Como influye el parto en la lactancia

También es destacable el efecto tan deletéreo que puede tener el parto en el inicio de la lactancia. Especialmente si el parto es intervenido, medicalizado o termina en cesárea, y si tras el mismo se mantiene a madre y bebé separados durante horas o incluso días, comenzar la lactancia va a ser sumamente difícil y frustrante. Esa separación del bebé en las primeras horas de vida es un estrés grande para el bebé, pero también para la madre. Cabe pensar si esa agresividad que se desencadena en las mamíferas cuando son separadas de sus crías no sea uno de los aspectos que subyacen en muchas depresiones posparto, donde la agresividad no puede ser exteriorizada (se supone que hay un médico que decide separar al bebé de su madre) pero si interiorizada en forma de culpa.

Dificultades en la lactancia y sufrimiento emocional

En un estudio cualitativo analizando las experiencias de madres que referían haber sufrido malestar emocional significativo en el posparto, las dificultades con la lactancia eran recurrentes. Para la mayoría de estas mujeres la lactancia se convertía en una batalla tras una experiencia de parto decepcionante. Muchas describían como esperaban que fuera mucho más sencillo, una madre decía que era “lo más difícil que habían hecho en su vida”. Estas madres decían que los profesionales les habían “informado” de las ventajas y beneficios de la lactancia, pero no les habían ofrecido apoyo práctico real ante las numerosas dificultades y dudas que tenían (Coates, Ayers, & de Visser, 2014).
En un estudio sobre la experiencia de la lactancia cuando se sufre depresión, una madre se expresaba así:

“La lactancia era muy importante para mí … Una enfermera me hizo sentir fatal. Básicamente me dijo que le estaba haciendo daño a mi bebe al no darle un suplemento. Mi cabeza no paraba de hacerme preguntas: Dios mío, ¿qué hago? ¿Seré una madre terrible? ¿Estoy matando de hambre a mi bebe?” (Olson, Holstlander, & Bowen, 2014, p. 11).

El apoyo que brindan los profesionales en estos casos puede ser contraproducente, ya que pocas veces detectan o escuchan el sufrimiento materno. Algunos llegan a proponer que si la madre está deprimida deje la lactancia puesto que esto es una “carga o esfuerzo innecesario” sin comprender la dimensión del problema (Olza, Serrano Drowselsky, & Muñoz Labián, 2011). Weissinger señala que llamar culpa a lo que sienten las madres cuando no logran amamantar no es correcto. Según esta autora lo correcto sería hablar de enfado, resentimiento y arrepentimiento o lamento (Wiessinger, 1996). Recoge así el sentir de muchas madres, que sienten que con un mejor apoyo por parte de los profesionales o de su entorno seguramente hubiera sido más fácil amamantar y prolongar la lactancia tal y como deseaban. Según esta autora hay que hablar de que la lactancia no es lo mejor sino lo normal, hay que informar de los riesgos de las fórmulas adaptadas, pero sobre todo hay que comprender que apoyar la lactancia es tarea de toda la sociedad y no sólo de cada madre.
Aunque en la promoción de la lactancia se describe esta como una experiencia íntima y satisfactoria, lo cierto es que muchas mujeres no lo viven así.  Para algunas amamantar es doloroso o desagradable. Las mujeres que tuvieron abusos sexuales o emocionales en la infancia pueden tener flash-backs, recuerdos intrusivos de las experiencias de abusos, que hacen que la lactancia les resulte especialmente difícil o que directamente opten por no amamantar (Kendall-Tackett, 1998). Las madres que tienen antecedentes de trastorno de conducta alimentaria, anorexia o bulimia también expresan dificultades mayores con la alimentación del bebé que pueden ser obstáculo añadido para la lactancia (Torgersen et al., 2010). Por eso es clave detectar y acompañar a estas madres desde el embarazo, ofreciendo información sobre los beneficios de la lactancia, pero también nombrando todo este abanico de experiencias emocionales, como veremos más adelante.
Más recientemente se ha descrito la desagradable sensación al amamantar que experimentan algunas madres, que puede a su vez generar rechazo a dar el pecho o al bebé[2], como un posible indicador de disregulación neurohormonal (Watkinson, Murray, & Simpson, 2016).
Por último, resulta importante recordar que hay un pequeño porcentaje de mujeres para las que la lactancia exclusiva va a ser casi imposible, porque tienen hipogalactia, o esta va a estar contraindicada, por ejemplo, si precisan tratamiento antineoplásico. Es importante tener presente las voces de estas madres a la hora de promover la lactancia, escuchando sus vivencias.

¿De quién es la culpa? Medicina paternalista y sociedad consumista

Algunos profesionales sanitarios aluden al miedo a culpabilizar como razón para no incidir en la promoción de la lactancia. Myriam Labbok analiza este argumento de los profesionales que no promocionan la lactancia para no incrementar el sentimiento de culpa de las madres. En su artículo, “Exploración de la culpa en las madres que no amamantan: el rol de los médicos”, analiza la responsabilidad que tiene los médicos y profesionales sanitarios, así como la sociedad en su conjunto, en que tantas mujeres no logren amamantar tanto como deseaban o esperaban (Labbok, 2008). Para esta autora la lactancia es un derecho de la madre, pero, sobre todo, del bebé (Labbok, 2006).
Según Labbok:

“Dado que la lactancia es un derecho del niño, le corresponde a la madre realizar esa tarea. Solo ella puede hacerlo. Sin embargo, desde el constructo de los derechos, a la madre sólo se le puede pedir que acepte esa tarea si el resto de la sociedad le apoya en ello. Por lo tanto, es responsabilidad de la familia, de los lugares de trabajo, de los servicios de salud, y de la sociedad en su conjunto asegurarse de que cada madre tenga todo el apoyo y facilidades que necesite para poder amamantar. Los culpables de que las madres no logren amamantar son la sociedad, los sanitarios y los legisladores (Labbok, 2008, 81).

Labbok señala que muchos médicos no tienen suficientes conocimientos de lactancia. Pero en vez de reconocer esta carencia con franqueza ante sus pacientes, prefieren decirles que no pasa nada por dar el biberón. También destaca el enorme beneficio que supone para la industria farmacéutica el que las madres no consigan amamantar, algo que no se suele visibilizar.
Las propias experiencias personales que los pediatras y médicos han tenido con sus lactancias o las de sus parejas parecen ser un factor de peso en cómo asesoran a las madres. Un estudio con médicas estadounidenses mostró que, quienes más apoyaban la lactancia en su trabajo, habían dado de media cuatro meses más el pecho que quienes no promovían la lactancia; es decir, la experiencia personal influía muchísimo en el apoyo a la lactancia que las médicas podían dar luego a sus pacientes. De hecho, quienes expresaban que no promovían la lactancia entre sus pacientes aducían que no querían presionar a las madres y reconocían que ellas mismas se habían sentido presionadas o juzgadas al dar biberones a sus bebés (Sattari, Levine, Neal, & Serwint, 2013).

Ibone Olza, psiquiatra perinatal
Directora del curso «Lactancia materna y salud mental»

Texto extractado del artículo:
La culpa de las madres. Promover la lactancia materna sin presionar a las madres. Revista Dilemata.