Por Risa Kerslake, enfermera
Cuando imaginaba la llegada a casa con mi bebé desde el hospital, soñaba con todas las horas que pasaría dormido en mis brazos. Pensé en cuánta alegría traería mi vida, ahora que finalmente tuve a mi bebé milagro, seis años después de comenzar los tratamientos de fertilidad. Cuando imaginaba la llegada a casa con mi bebé desde el hospital, no tenía ni idea de la intensidad con la que se iba a manifestar mi ansiedad posparto. No sabía que los pensamientos que iban a pasar por mi cabeza me iban a asustar tanto, hasta el punto de que ni siquiera me sentía segura para admitir que necesitaba ayuda después del nacimiento de mi hija.
Mi estancia en la maternidad con mi hija no se parecía en nada a lo que me había imaginado. No podía dormir, y cada vez que intentaba conciliar el sueño, me encontraba con que me despertaba de nuevo, sacudida violentamente por mi cuerpo, un cuerpo que ya no estaba bajo mi control. Más tarde, mi médico me explicaría que esta reacción se debía a un sistema nervioso hipersensible debido a la grave privación del sueño que padecía.
Las dos primeras noches las recuerdo muy borrosas. Daba el pecho cada dos horas, intentando encontrar algo de comodidad estando tumbada sobre mi espalda, debido a la cicatriz de la cesárea y los múltiples tubos y cables a los que estaba conectada. La tercera noche ya estaba convencido de que me estaba volviendo loca.
Las enfermeras, conscientes de lo mal que estaba durmiendo, colocaron un cartel de «No molestar» en mi puerta, informaron al resto del personal que no debían interrumpir mi sueño entrando para tomarme la presión arterial durante la noche, y a mi hija, para mi consternación, se la llevaron al nido para que yo pudiera intentar dormir un poco. Recuerdo cerrar los ojos y sentír que mi cuerpo se relajaba, solo para despertarme de nuevo con otra sacudida. Jadeando comencé a llorar. Estaba agotada, pero mi cuerpo no me dejaba dormir.
Y fue en este momento que la escuché. Mi bebéllorando. Reconocí su llantotan íntimamente como si fuera el mío. Me quedé allí un rato en la oscuridad, mientras mi marido roncaba suavemente en el sofá al lado de mi cama. Mis sentidos se agudizaron. Allí estaba, de nuevo, mi bebé llorando.
Mucho más tarde me daría cuenta lo lejos que estaba el nido de mi habitación. Habría sido imposible escucharla a esa distancia. Pero en ese momento, luché contra mi propia cabeza, ¿debería presionar el botón de llamada y preguntar si es ella la que está llorando? ¿Qué pasa si escuchaba estas cosas porque estaba tan privada de sueño? ¿Debería presionar ese botón?
Apreté el botón de llamada.
La enfermera se acercó a mi cama, tranquilamente. «¿Está mi bebé llorando?» le susurré.
Ella inclinó un poco la cabeza y me miró desde arriba. «No», respondió, confundida, «tu bebé está durmiendo».
Y fuéentonces cuando todo mi cuerpo se enfrió. Sentí como las lágrimas brotaban de mis ojos. Pensarán que estoy loca, pensé. Me trasladarán a la unidad de psiquiatría y no voy a ver a mi bebé.
«Es que …yo pensé …», y mi respiración se aceleró.
No sé cómo sucedió, pero, de repente, una médica estaba en la habitación con nosotros, y yo trataba de explicarle, entre lágrimas, cómo mi cuerpo me despertaba bruscamente, y cómo creí haber oído llorar a mi bebé.
La médica le dijo a la enfermera que no debía levantarme de la cama bajo ningún concepto, hasta que no encontráramos la causa de las sacudidas. Yo había lidiado con una pre-eclampsia, y podría deberse a eso, nos comentó. Acto seguido me subió las barreras laterales de la cama, dejándome claro que no iba a salir de allí. Cuando se fue de la habitación, rompí a llorar. Esto me pasa por llamar a la enfermera, por preguntar si mi bebé estaba bien. Decidí que la próxima vez iba a mantener la boca cerrada.
Cuando mi marido y yo regresamos del hospital a casa, con la nueva responsabilidad de cuidar a un bebé indefenso de 3,5 kg., los pensamientos intrusivos continuaron. Me despertaba repentinamente en la oscuridad de la noche, incapaz de respirar, aterrorizada almirar dentro de su cuna porque temía queella hubieramuerto mientras dormía y que mi vida se acabaría. Me despertabamucho después de haberle dado de comer y haberla dormido de nuevo, inquieta en la cama y buscando por las sábanas, con el corazón saliéndome del pecho porque me había dormido con ella y ahora estará seguramente en algún lugar de nuestra cama muerta, asfixiada. Me sentí una madre pésima.  Tal vez deberían alejarla de mí antes de que le pase algo.
No se lo conté a nadie. Tenía la certeza de que no estaba sufriendo una depresión posparto. No fue la llorera posparto de la que me habían hablado. Pero nadie nunca me preguntó si tenía ansiedad, o pensamientos intrusivos o si alguna vez pensé que me estaba volviendo loca. Y no iba a ser yo quien lo hiciera.
Sin embargo, no estaba sola. La National Alliance on Mental Health (Alianza Nacional para la Salud Mental)dice que uno de cada cinco adultos sufre de una enfermedad mental y el 60% no recibe la ayuda necesaria. Y según Postpartum Support International (Apoyo Internacional al Posparto), el 10% de las madres desarrollarán ansiedad en su primer posparto. Un estudio del 2016, publicado en la revista “Journal Of Affective Disorders” (revista de trastornos afectivos), demostró que la ansiedad es más común que la depresión en madres primerizas. Una razón más por la cual los profesionales de la salud mental hoy en día prefieren usar términos que abarquen todo, como «desordenes del estado de ánimo y ansiedad en la etapa perinatal». 
Antes de ser madre, solo estaba sensibilizada para reconocer la depresión posparto, ya que es esto de lo que hablan todos los libros sobre la maternidad y las clases de preparación al parto;la ansiedad posparto ni siquiera figuraba en mi radar. Y cuando estaba pasando por todo eso, nunca se me ocurrió que estaba experimentando algo por lo que podría haber pedido o recibido ayuda. En el mejor de los casos, pensé que solo era una primeriza preocupada. En el peor de los casos, pensé que si me confiaba en alguien, se llevarían a mi hija por no cumplir como madre.Al fin y al cabo, ¿quién conduce por la carretera imaginándose lo que le sucedería a su bebé si otro coche se estrellará contra el tuyo?  
Tardé dos años hasta que finalmente busqué ayuda, en forma de medicación y atención psicológica.  Me diagnosticaron trastorno de ansiedad generalizada, debido a algunas otros cuestiones en mi vida, por lo que nunca supe cual fué la causa de mi trastorno de ansiedad durante ese primer año de maternidad. Ojalá hubiera hablado con alguien entonces. No tendría que haber sufrido tanto como lo hice, sintiéndome completamente aislada. Ojalá hubiese reconocido que mis pensamientos no eran pensamientos normales de una madre recién estrenada y con eso, podría haber recibido ayuda antes.
Si tienes pensamientos destructivos hacía tí o piensas en hacerle daño a tu bebé, busca ayuda de inmediato.

 
Extractado de:
Mi ansiedad posparto fue un secreto durante dos años