Por Patricia Fernández Lorenzo
Desde mi casa disfruto de la conversación que mantienen Nuria Labari y Silvia Nanclares en Letraheridas: un encuentro de mujeres escritoras en el que ambas comparten sentires y su deseo argumentado de que la maternidad, contada por las madres, ocupe un lugar dentro del canon literario. Creo que fue Nuria la que nombró a Alberto Olmos en su reciente publicación Irene y el aire. Un escritor reconocido dentro del panorama nacional y europeo que en su última novela narra su propia experiencia acompañando el embarazo y parto de su pareja.
Animosa por ahondar en la voz del padre, contada en primera persona, me decido a romper mi tendencia actual de leer autoras mujeres en sus, también escasos, relatos vivenciales sobre la temática.
Irene y el aire, lleva por título el nombre de la bebé que el narrador espera, visibilizada en su llegada al mundo, a este lado de la barriga. El aire es el afuera, el contexto, la realidad social que envuelve el embarazo y el parto. El macrosistema del que formamos parte y que el autor describe con una mirada aguda sin escatimar en verdades que son fácilmente accesibles a quien lo lee. Describe nuestra cultura y el lugar periférico, borroso y a la vez movilizador que ocupan el embarazo y el parto en nuestro tiempo. Qué suscita la presencia de una embarazada en una fiesta, cómo vive la noticia el entorno, el coitocentrismo desde el que se mide la sexualidad de hombres y mujeres, la madre como mera mensajera o portadora son algunos de los escenarios que recorre de manera más o menos explícita.
El sentir del padre se lee entre líneas, se infiere de las escenas en las que participa y que tan bien narra. Hay sentencias que nos ayudan a imaginarlo en su ambivalencia y en la confusión de rol: “lo más doloroso no era que tres personas me ignoraran de palabra y hecho, sino que lo hicieran en un ambiente de extrema cortesía, subrayando con ello la verdad biológica de que el padre no era necesario para parir. Esta desconsideración hacia el padre sólo acababa de iniciarse”. Salpicado a lo largo del texto aparece el sentimiento de exclusión, de no formar parte de aquello, que vive a ratos como frustrante y en el parto como un alivio. Se agradece esta sinceridad exponiéndose en su propia necesidad de ser visto y a la vez en su necesidad de huida.
Es la mirada del padre la que se narra tal y como registra lo que acontece a su alrededor. Las emociones se infieren a fuerza de estar ausentes del relato, como se infiere la soledad de la embarazada, pocas veces referida en su emoción, destapándose por completo en la última parte en un parto traumático que se aleja con creces de cuanto parecía haber deseado.
Es una novela de soledades. Tan comunes a padres y a madres en la llegada a la maternidad. El padre no se siente mirado, sostenido y al mismo tiempo minimiza su lugar como cuidador reduciendo su valor a una “cuota de cariño” que parece considerar poco importante.
El libro señala a las profesionales de la obstetricia:” Ser padre es una espera; ser madre, una vigilancia”. Tras recorrer los pequeños avances del embarazo: el nombre, la barriga vivida como obstáculo padre-hija, el nido…, se va abriendo paso al parto desde cómo lo preparan padre y madre hasta cómo ocurre en su propia y traumática experiencia: “yo no acababa de entender qué necesidad teníamos de adentrarnos en las vanguardias del alumbramiento cuando ya el parir raso acarreaba suficiente dificultad”. “el parto respetado se encartaba entre las páginas del manual feminista del momento”. Así veía el padre en un principio el trámite del parir; “respetar significaba-verbalizo ahora- rehumanizar a la mujer, darle el dominio de su experiencia, en lugar de tratarla como un saco del que hay que extraer una cosa” y así concluye tras acompañar a su novia, como él la llama, sabiéndola “a solas con sus torturadores” y tras reposar el impacto de aquel “parir raso” que su compañera tanto temía.
Mas allá de interesar a quienes nos apasionamos con las muchas vivencias que caben entorno a la maternidad y a la paternidad, considero esta novela como un recurso docente y sanador. Imagino lo que podría dar de sí su lectura en un grupo de padres que resuenen con algunas de las observaciones que el autor nos trae, invitando a la reflexión y al debate: ¿Se sienten identificados los padres con el narrador?, ¿se han sentido excluidos del embarazo?, ¿Sienten que su papel es insustancial antes del nacimiento?, ¿saben pedir y dar cuidados? Imagino también a un grupo de profesionales de la obstetricia y la matronería revisando su propia práctica y la de quienes las rodean entendiendo cómo vive el padre, observador, cada uno de los gestos, intervenciones, silencios o miradas. “Aquellas enfermeras y matronas no te atendían a ti, atendían el tiempo de ti que cayera en su jornada”.Tal vez el mero análisis de frases y cómo las resignifica cada una sirva para tomar conciencia ajustando la asistencia a las necesidades percibidas. También las madres, aludidas, pueden verse movilizadas como yo misma me he sentido: “la barriga es un aparatoso obstáculo, casi molesta, entre tu hijo y tú”. Frases como esta, compartidas con franqueza, parecen pasar a través de la embarazada a fin de que el padre llegue a la bebé. La bebé sin la madre, ¿es esto posible?, ¿a qué precio?, ¿Qué lugar ocupa la madre para el padre en este periodo?, ¿sabemos pedir los cuidados que necesitamos? ¿sabemos cuidar a las gestantes?… tantas reflexiones.
Tal vez influida por el momento que atravesamos, veo en esta novela a seres confinados en sus propios relatos. Echo en falta el contacto amoroso, el que ha llevado a este padre y a esta madre a abrazar la experiencia de serlo, a ansiar el cuidar compartido, común y visible pero no sólo de la criatura sino también de ellos mismos, del otro o la otra. Curarnos en salud es aquí abandonar los muchos confinamientos que vivimos para tocarnos a través del dialogo y hacer realidad un cuidar que sea mutuo como paso previo a la labor de criar, común también, pero diferenciada en roles y en momentos evolutivos distintos para padre y madre.
Al final siempre son los hijos los que abren paso a la esperanza. En este caso la esperanza es que acunar y sostener pasan a ocupar el centro de los cuidados no sólo del bebé en uno u otro momento:
“Un padre acuna a su hija, ese es el universo entero. Todo consiste en acunar y acunarse. Tu hija te protege a ti”.