El primer nacimiento que tuve la oportunidad de presenciar, en una autocaravana de autobús escolar, me enseñó algo que me sorprendió por completo: la mujer de parto estaba radiante y hermosa mientras su cuerpo hacía su trabajo. Lo que estaba viendo era el poder y la belleza que emanan las mujeres cuando pueden confiar en la sabiduría de sus cuerpos para dilatar y dar a luz sin perturbaciones. Por todo lo que había leído anteriormente, había esperado al menos alguna expresión de angustia, pero no había ninguna. También había esperado sudor y sangre, pero también faltaron. Lo que me impactó fue constatar lo importante que es ayudar a que las mujeres se sientan bien durante el parto.  Estaba segura de que todas las mujeres merecían ser tratadas con amor y ternura al dar a luz, y que ese cuidado ayudaría mucho a evitar que sucedieran cosas malas. Hoy sigo estando segura de que esto es cierto.

Después de la publicación de mi primer libro y varias invitaciones para hablar a estudiantes de medicina y residentes en hospitales universitarios, constaté que pocos obstetras habían tenido la oportunidad de presenciar partos fisiológicos, no interrumpidos por intervenciones obstétricas rutinarias.  Esta falta de experiencia generalmente los dejó con una idea distorsionada de cómo podría ser un parto no interferido. En lugar de ver a las mujeres de parto radiantes y hermosas, lo que habían visto eran mujeres aterrorizadas, con altos niveles de adrenalina, que sufrían un dolor extremo. Los niveles altos de catecolaminas como la adrenalina causan dolor, y esto a su vez causa más miedo y, por lo tanto, niveles aún más altos de dolor. Para estos estudiantes de medicina y residentes, cada nacimiento parecía ser un calvario.

Yo, en cambio, estaba observando mujeres con altos niveles de hormonas de éxtasis:  la oxitocina y las beta-endorfinas, la última de las cuales es un poderoso opiáceo producido por el cuerpo en su sistema. A las mujeres que han tenido experiencias muy dolorosas durante la dilatación y el parto les cuesta creer que posiblemente habrían experimentado menos dolor si las cosas se hubieran hecho de forma diferente o si hubieran sido tratadas de manera diferente. A menos que tengan la oportunidad de presenciar otra forma de dar a luz, generalmente permanecen atrapadas en la idea de que lo que experimentaron fue algo inevitable.

 Redescubrir la primate interna, o como crear otra cultura de nacimiento

Uno de mis propósitos durante los primeros días del desarrollo cultlral en The Farm fué enseñar a las mujeres «civilizadas» y «educadas» cómo comportarse como las indígenas, en realidad, como cualquier otra mamífera. A menudo me resultaba más fácil explicar brevemente a las mujeres que todos tenemos una primate interna, y que esta es la parte de nosotras que lleva a cabo el parto. «Deja que tu mona lo haga» se convirtió en la frase que solía decir a esas mujeres inteligentes, a menudo competitivas, que, por la costumbre, solían intentar  parir a sus bebés desde la cabeza.  Sigo encontrando útil presentar a las mujeres embarazadas que tienen los temores culturales habituales de dar a luz (¿cómo puede salir algo tan grande como un bebé de mi cuerpo sin dañarme?) a su «mona interior» o «mujer salvaje». También parece ayudarles si entienden que el trabajo de parto óptimo requiere entrar en un estado de trance, salir del estado de consciencia normal y del pensamiento lógico.
Con cada parto gozoso, mis colegas comadronas y yo obtuvimos un nuevo aliada en nuestra tarea de formar a otros profesionales y mujeres, porque porque cada mujer con una historia de parto empoderadora estaba ansiosa por compartirla con los demás. Sin restricciones legales, institucionales o profesionales, pudimos crear nuestra propia cultura de nacimiento, y mis colegas y yo pudimos investigar cómo podría ser el nacimiento si combináramos los mejores conocimientos del mundo antiguo con el uso apropiado de la tecnología del mundo moderno. Para que nos mantuviéramos lo más lejos posible del hospital, necesitábamos enseñar a las mujeres a ser salvajes cuando dieaon a luz. En realidad, es bastante gratificante observar a una mujer de parto con una licenciatura o un doctorado encontrar a su mujer salvaje y darse cuenta de que sabe cómo dar a luz, tanto como cualquier orangutana del planeta. Es impresionante.

Y qué pasa con el dolor?

Todo el mundo sabe que dar a luz a un bebé sin analgésicos puede doler mucho. No es tan conocido que algunas mujeres no experimentan el parto como algo doloroso. ¿Significa esto que cada mujer experimentará un trabajo de parto sin dolor o casi sin dolor?  No. Sin embargo, el hecho de que sea posible debería servir para aceptar que no hay una maldición que debe caer automáticamente sobre todas las mujeres que dan a luz. Probablemente, la única generalización sobre el dolor en el parto que se puede hacer con seguridad es que las mujeres que han tenido partos dolorosos tienen problemas para imaginar un parto placentero. Por supuesto, lo mismo podría decirse de una mujer cuya única experiencia sexual ha sido una violación. Ella podría creer que es imposible para cualquier mujer tener una experiencia sexual placentera. Un pareja amorosa y paciente y una terapia adecuada pueden ayudar a una mujer traumatizada de esta manera a aprender a bajar su guardia lo suficiente para encontrar placer en un acto sexual que antes solo provocaba un dolor extremo.

La historia de Melissa

Si bien las historias no permiten a las mujeres saber cómo será su propio parto, pueden ilustrar cuan diverso puede ser una experiencia normal. Melissa, que vivía al lado mío mientras obtenía mi licenciatura en literatura, era una mujer pequeña con un marido fornido que le sacaba una cabeza. Vale la pena recordar, por cierto, que en aquellos días, a menos que fueras un estudiante de medicina o de enfermería, no había libros ni fotografías que enseñaran a los futuros padres sobre como era la dilatación y el parto. Cuando Melissa estaba casi lista para dar a luz, su vientre parecía increíblemente enorme, y estaba preocupada por ella. Me preguntaba cómo podría salir de allí el bebé. Recuerdo que ella se detuvo en mi casa antes de ir a la consulta del médico a lo que esperaba iba a ser su última visita prenatal. Aproximadamente tres horas después, regresó a casa con su bebé en brazos. «¿Que ha pasado?» Pregunté, asombrada de que ya hubiera dado a luz. «Bueno», dijo Melissa, riendo encantada con su logro, «mi médico me examinó para ver cuando podría ser el parto, pero ¡ya estaba de parto!, y la bebé nació en solo veinte minutos”. ¡Ni siquiera tuve tiempo de quitarme los calcetines!
Esta historia fué muy reveladora para mí.  Estaba tan emocionada de saber que una mujer podía dar a luz tan fácilmente como un animal que me olvidé de lo improbable que me habría parecido unas horas antes. La historia de Melissa y sus ojos, brillando de emoción y orgullo por su logro, me mostraron lo que era posible para una mujer que nunca antes había dado a luz.

Hormonas del parto, hormonas de placer

El orgasmo, es una experiencia que casi exclusivamente asociamos con hacer el amor, tanto que algunas mujeres se sienten ofendidas y molestas incluso solo con pensar en la posibilidad de tener esa experiencia mientras dan a luz. Creo que este tipo de reacción tiene mucho que ver con el hecho de que el modelo médico de nacimiento ha borrado con éxito de la mente de la mayoría de las personas el hecho evidente de que las mujeres dan a luz con su órgano sexual. Más confusión se debe a que a las mujeres de nuestra cultura no se les enseña que sus tejidos vaginales tienen la capacidad de hincharse de una manera tan impresionante (¡y sorprendente, vista por primera vez!) como el pene flácido cuando se vuelve erecto.
Todo hombre sabe que la erección ocurre debido a la sangre que queda atrapada en el pene. El pene se agranda mucho más de lo que podría si se estirara a la fuerza y ​ al máximo. El problema es que las mujeres no tienen una manera tan obvia de saber que las vaginas también hacen trucos sofisticados y que la sangre puede infundir los tejidos vaginales de una manera similar para permitir el paso de un bebé a término sin rasgarse. Los niveles altos de oxitocina endógena y beta endorfinas son necesarios para que eso ocurra. Obviamente, tales niveles hormonales no son posibles cuando las mujeres tienen mucho dolor, se sienten amenazadas o están sometidas a interrupciones constantes y posiciones forzadas, al igual que los hombres no tienen erecciones cuando están aterrorizados o amenazados con instrumentos afilados.
Demasiadas mujeres han estado expuestas al mito de que cuando un bebé pasa por la vagina, ese órgano se estira y arruina permanentemente. Es cierto que las vaginas pueden lesionarse gravemente cuando se extrae a los bebés con extractores de vacío o fórceps, al igual que con la violación. Sin embargo, cuando las vaginas son bien tratadas y no se someten a una episiotomía de rutina, hormonas artificiales o un empuje forzado, se hinchan de manera impresionante, ya que estos tejidos tienen la capacidad de contener una gran cantidad de sangre cuando el parto de la madre ha producido las hormonas de éxtasis de la oxitocina y las beta-endorfinas. En estas circunstancias, las vaginas funcionan maravillosamente al nacer, y cuando vuelven a ser pequeñas, no se arruinan más que un pene cuando se ablanda y se encoge después de una erección.

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