Prólogo del libro Parir, el poder del parto, de Ibone Olza
Cuando empecé a leer Parir, pensé que conocería más o menos el contenido. Por un lado, porque conozco a Ibone desde hace muchos años y hemos compartido opiniones y lecturas sobre el tema y conozco su excelente trabajo de activista por un parto respetado. Y por otro lado, porque soy madre de tres hijos y he vivido la expe riencia de parir. Sin embargo, el libro me atrapó inmediatamente, a ratos sorprendiéndome, a ratos emocionándome, recordando mis propias vivencias, y a ratos, también, indignándome…
Como en tantos otros temas que nos afectan a las mujeres, mi concienciación con el del parto fue paulatina: fui abriendo los ojos a raíz de mis propias experiencias, haciendo un camino desde un primer parto hospitalario convencional, hasta el tercero y último, realizado en casa. Es desde esta experiencia personal como madre desde la que me propongo prologar Parir, puesto que no soy ninguna experta en la materia, ni pretendo serlo.
Así, antes de mi primer parto sabía francamente poco del asunto. Había oído del parto natural, incluso del parto en casa… pero nada de eso era mi historia. Yo quería parir en un hospital, con la garantía de tener una atención médica inmediata si el bebe o yo lo necesitábamos. No había hecho ni demasiadas lecturas, ni demasiadas clases de preparación al parto. De hecho, fui solo a una, utilísima, en la que una matrona explicaba muy claramente el proceso físico del parto, lo que más tarde me sería de gran ayuda para sobrellevar el dolor. En general, sentía por el momento del parto más curiosidad que miedo.
A la mañana siguiente, el médico que atendió mi parto vino a verme. Me preguntó qué tal estaba y se felicitó por lo bien que había ido todo. Le dije que sentía que yo lo había hecho bien, pero que ellos me habían hecho daño. Que me había sentido maltratada. Su cara fue de total y sincero asombro. Había sido un parto breve, apenas cuatro horas para una primeriza. Y finalmente no se había complicado ni el niño presentaba ningún proble ma. El médico, sincera y honestamente, no tenía la más remota idea de qué le estaba hablando. Y ahí me di cuen ta de que el maltrato que yo había recibido no era ni más ni menos que lo habitual.
Creo que uno de los grandes aciertos de este libro es que analiza y documenta extensamente el porqué de esta situación, y cómo se ha llegado a ella. Lejos de demonizar o culpabilizar a médicos y matronas, en Parir se refleja también cómo viven muchos de ellos esta forma de aproximarse al parto. Porque también ellos son a menudo víctimas de esta violencia obstétrica: particularmente reveladores, y estremecedores, son los testimonios en los que algunos dan cuenta de la masificación y el estrés con el que trabajan y de su sentimiento de culpa y de impotencia ante el trato que a menudo se da a las parturientas en los hospitales.
En mi segundo embarazo acudí de nuevo a la preparación al parto y me encontré con una matrona distinta de la primera vez. Al contrario que aquella otra, en lugar de informar, esta se dedicaba clase tras clase a inculcar miedo. Ponía vídeos truculentos de partos difí ciles para justificar las cesáreas, contaba historias de desgarros espeluznantes, para justificar la episiotomía… Cuando llegó el tema de la epidural lo ventiló con una frase: si no quieres que te duela, pídela. Le dije que no estaba informando de los efectos secundarios que podía tener la epidural, entre otras cosas. Para mi sorpresa, fueron las propias mujeres las que no querían oírlo. El parto para ellas era un trámite. Un problema. Cuanto más rápido y menos doloroso, mejor. Aquella matrona estaba poniendo su granito de arena al miedo que rodea al parto en nuestro imaginario colectivo. Estaba colaborando para que todas aquellas mujeres fueran pasiva mente al hospital, a ponerse en manos del médico para que «les sacaran» al bebé.
Decidí no repetir la mala experiencia del primer parto. Traté de averiguar si sería posible parir sencillamente en la habitación de un hospital con una matrona, como se hace en otros países europeos cuando no se presentan complicaciones, pero vi que no, que si paría en un hospital convencional, sería de nuevo en el paritorio, como si se tratara de una intervención quirúrgica, aun siendo un parto de bajo riesgo, como era el caso.
En mi tercer embarazo volví de nuevo a las clases de preparación al parto. Allí seguía la misma matrona gore de la otra vez, impartiendo miedo, inculcando obediencia. Esta vez traté de compartir lo que había sentido, sobre todo en mi segundo parto. Quería decirles que, cuando el parto no tenía complicaciones, era seguramente la experiencia más intensa que una mujer puede tener. Quería decirles que no tuvieran miedo, que lo vivieran. Y, sobre todo, quería decirles que no renunciaran a estar en el centro de su propio parto. De nuevo, no lo quisieron oír. Mi último hijo, Dani, nació en casa atendido por la matrona Anabel Carabantes. También es un servicio que forma parte de la salud pública en otros países de nuestro entorno, pero que no es una posibilidad en Madrid si no era pagándolo. Mi casa cumplía con el requisito de estar al menos a media hora de distancia de un hospital, y era el tercer parto tras dos sin complicaciones. Fue el más rápido y el más doloroso. Pero me dormí junto a Dani en mi propia cama, a las pocas horas de su nacimiento, y sus hermanos lo conocieron por la mañana, antes de ir al colegio. Poco después, Dani paseaba con su padre por el parque, pegado a su pecho.
Porque el parto es pura fuerza. Pura potencia. Me pregunto si no será esa la razón, en el fondo, por la que se trata de controlar. Porque si las mujeres somos capaces de sentir que nos estamos muriendo, pero seguimos adelante, es que somos en realidad capaces de todo. Hayas parido o no. Como mujeres, tenemos esa capacidad. Rodearlo de miedo es neutralizar esa potencia. Es, una vez más, echarnos de un espacio que nos pertenece.
Extraído del prólogo del libro Parir, el poder del parto, de Ibone Olza