La novela ‘El cuerpo es quien recuerda’ nos pone de frente a las consecuencias de la gestación subrogada a través de tres voces que resuenan entre Argentina y Ucrania, indagando en cuestiones como la identidad, la familia, los dilemas que presenta la maternidad o la dureza de un sistema capitalista que pasa por encima de cuerpos agotados y vidas gastadas.
Por Diana Oliver
Fotos de Alejandro Guyot
Dice Nils Bergman, neonatólogo e investigador referente a nivel internacional, que lo peor que le puede pasar a un recién nacido es que le separen de su madre. Condensada en esta frase, la evidencia científica y casi tres décadas de investigación por todo el mundo que constatan que la separación del bebé de su hábitat natural conlleva una serie de consecuencias dañinas. Cabe preguntarse aquí por los efectos de la gestación subrogada, tanto para la madre como para el bebé, no sólo a corto plazo sino también a futuro. Esto es lo que ha hecho la escritora Paula Puebla en El cuerpo es quien recuerda (Tusquets), una novela que nos pone de frente a las consecuencias de la gestación subrogada a través de tres voces que resuenan entre Argentina y Ucrania: Rita, Nadiya y Victoria. Y lo hace sin dejar nada al azar, todo queda hilado con la destreza de una tejedora que ha fabricado un tapiz en el que observar cuestiones como la identidad, la familia, los dilemas que presenta la maternidad o la dureza de un sistema capitalista que pasa por encima de cuerpos agotados y vidas gastadas.
PREGUNTA: En El cuerpo es quien recuerda nos pones de frente a las consecuencias de la gestación subrogada a través de tres personajes: Rita (hija), Victoria (madre compradora) y Nadiya (madre gestante). ¿Por qué te parecía interesante crear una novela a tres voces?
RESPUESTA: Hubo algo que me conminó a escribir una historia completa. Cuando digo “historia completa”, me refiero a que participaran de la narración las tres mujeres involucradas en ella, que cada una tuviera su lugar para exponer su punto de vista. Pero no es algo que se me figuró al comienzo, sino cuando ya había comenzado a escribir y tenía la voz de Rita a medio construir. Sabía que este dilema que se le presentaba a ella, esa pregunta sobre qué o quién es una madre, debía aparecer de algún modo menos abstracto. Fue entonces, en ese momento, cuando decidí que la novela iba a ser coral y que no había otra forma de hacerle justicia a la historia sin abordar las otras voces del prisma. Además, y en este punto influyó una posición muy personal, quería evitar la narración lineal de la víctima en la que fácilmente podía caer Rita, en lugares comunes de autoconmiseración. Quería también que fuera una conversación —aunque no llegue a serlo, porque no hay verdadero intercambio— entre mujeres, porque en lo que a gestación subrogada compete, en la mayoría de los casos la relación entre el opresor y el oprimido ya no se manifiesta en términos hombre-mujer sino en el par mujer-mujer.
P: Rita está obsesionada con encontrar a su madre y entender todo lo que ha pasado en su vida. ¿Hasta qué punto crees que es importante conocer nuestros orígenes?
R: Es primordial, es un derecho humano fundamental. Y si este se encuentra vulnerado, de alguna manera, por mano de quien sea, del Estado o del mercado, de clínicas o mafias, de madres o padres de intención, entonces tenemos un problema, ¿no te parece? No podemos obviar el tema complejo de la identidad cuando hablamos de gestaciones subrogadas o de cualquier otra técnica que esté por venir.
En el caso de Rita, hay una falta muy primal, una falta que ni siquiera sabe cómo describir que la hace como la hace, que la hace ser quien es y le impide ser alguien mejor, más completa. Ese conocimiento de haber sido gestada y parida por una mujer que no es quien toda la vida dijo serlo, le genera un agujero que no sabe cómo llenar. La perfora en un sentido muy íntimo pero que, a la vez, es una perforación social, ¿no? Ese no-saber del todo de dónde vino la ubica en un lugar de no-saber del todo adónde ir. Y los adultos responsables de narrarle a ella su origen, de construir y traspasarle su relato de vida, no lo hicieron; o lo hicieron parcial o apócrifamente, para su propia comodidad y conveniencia. Que la identidad de una persona quede librada a la buena voluntad de un sistema es algo que, creo, no debería desatenderse y debería estar en el primer plano —y no el último— de las discusiones sobre este tema. Por momentos, advierto que los debates se centran más en los derechos de las mujeres que en los de los niños. Habría que ver, también, qué hacemos con eso.
P: ¿El cuerpo siempre recuerda?
R: No siempre. Creo que el cuerpo va encontrando formas para sobrevivir, por eso a veces el cuerpo también niega. Pero sí creo que cuando recuerda, lo hace de una manera rayana en la magia o, al menos, en algo que no podemos definir. Es posible pasar décadas sin sentir un aroma particular, pero basta que nos crucemos otra vez con él para revivir, reconocer y reeditar una sensación lejana, ¿no? Creo que el cuerpo guarda una sabiduría sensorial y sensitiva impresionante, y el caso de Nadiya, la gestante ucraniana que dice esa frase, da cuenta del recuerdo primitivo que tiene de sus múltiples embarazos y del lazo que tiene con esos bebés que gestó y parió con amor. Hay mucho que va por fuera de lo transaccional, por fuera de lo contractual; hay un fuera de cálculo en el que el mercado no nos deja pensar, que pretende eliminar, y es el vínculo inexorable entre gestantes y gestados. Se podrá no hablar de ello, se podrá intentar acallar la voz de lo eminentemente humano, pero el cuerpo lo registra y si le prestamos atención, que es algo que muchas tratamos de hacer, también lo denuncia. El cuerpo halla siempre la manera de manifestarse.
P: Al mismo tiempo, Victoria tiene una existencia infeliz y compleja. ¿Se puede ignorar lo que supone llegar a la maternidad a través de un vientre de alquiler?
R: No, no creo que ningún pasado se pueda ignorar si lo que se quiere es atender y entender un presente. Victoria fue una lolita en la década del 90 que en Argentina, en mi país, fue una época en la que la moneda nacional fue reemplazada por el dólar, en la que el consumo y la frivolidad estaban a la orden del día, y en la que, por supuesto, la sociedad se fracturó entre quienes llevaban vidas exultantes y quienes apenas sobrevivían. Victoria, en este sentido, eligió el primer grupo, puso su cuerpo a disposición de la época y por eso trabajó de supermodelo desde la pubertad. Gustar, desfilar, insertarse en el mundo del jet set le costaron años de pasar hambre y de vivir atada a la superficie que imponían las reglas del juego. Está buena la pregunta que hacés, porque lo que lleva a Victoria a alquilar un vientre es, por un lado, la decisión de no someterse a la metamorfósis física que implica un embarazo y, con ello, verse obligada a dejar de trabajar, de producir valor, de tener protagonismo. Por otro lado, es su marido el que insiste y persiste con la idea de tener un hijo o una hija, no es ni siquiera ella. Pero accede. Quizás para satisfacer a Roberto o porque encuentra en ello una oportunidad de reconfigurar su imagen pública o porque hay en ella un deseo que no es capaz de asir. Definitivamente, la falta de profundidad del mundo en el que creció Victoria, frente a la mirada cruel de los otros, no hizo sino volverla cruel a ella misma.
P: ¿Qué destacarías de Nadiya?
R: Es la única de las tres mujeres de la novela que tiene un proyecto vital. De esto no me di cuenta yo, sino una lectora que me lo comentó y con lo que coincidí. Es la única que, de una historia de vida horrible, no se conforma o no se acomoda en el lugar de la pobre mujer sino que pretende transformar la realidad. En ese sentido, Nadiya está muy conectada con un deseo —el de recuperar a quienes considera, también, sus hijos— y hacerlo no en soledad sino con sus compañeras de gesta y parto, que son sus compañeras de lucha. Nadiya es un animal político que decide reunirse, organizarse, armarse, ensuciarse las manos con un fin que todas estas gestantes consideran imperioso, noble y necesario. Es capitana de una subversión que intenta ponerle punto final a las abyecciones del mercado, al maltrato, a la deshumanización, a la violencia sistémica que supone el capitalismo y el capitalismo en este estadio en particular. Nadiya viene a recordarnos que sí hay una forma de cambiar las cosas, que sí hay alternativa, lo que no es decir poco en estos tiempos.
P: ¿Qué personaje te ha resultado más complejo de crear?
R: Creo que Rita. Si bien fue el personaje que, en alguna medida, me resultaba más cercano, es un desafío construir un personaje que no sabe a dónde va, un personaje cuyos días pasan uno tras otro sin demasiado sentido, sin demasiado alcanzado, incluso hecho. Eso me resultó complejo de transmitir en la escritura, porque ese devenir aguado y laxo, de algún modo, tiene que ser escrito de forma ordenada y clara, sin que el lector se desmotive o pierda interés. Por eso me resultó de mucha utilidad el personaje de Héctor, su pareja, porque con él llegaban a la novela situaciones de tensión, de pelea, de complicidad, de rutina y de rotura de esa monotonía melancólica tan arraigada en Rita. Además, en cierto punto, y paradójicamente, ponerla en convivencia con alguien me ayudaba a subrayar su pulso solitario.
P: ¿Cómo te has documentado para poder escribirla?
R: Sobre el tema del alquiler de vientres, miré algunos informes documentales, algunas películas y leí un libro que me prestó una amiga sobre psicoanálisis y filiación. No mucho más. Después encaré algunas cuestiones que tienen que ver con la historia y la política reciente de mi país, sobre las que no me hizo falta mayor documentación porque las viví. Hay guiños a personajes del poder y algunos hechos trágicos argentinos.
P: ¿Ha sido fácil acceder a determinada información?
R: No, no fue fácil. En el proceso de investigación me di cuenta de que no había gran documentación sobre el tema de los vientres en alquiler. Algo que, de por sí, ya plantea cierto clima de misterio y opacidad. ¿Cómo es posible que no encontremos testimonios en primera persona de mujeres que gestan, si son tantas? ¿Cómo se silencia toda esa “fuerza de trabajo”? ¿Qué poderes operan? Así que mi pesquisa fue intuitiva y ahí donde faltaba información, encontré los mejores lugares para hacer florecer mi imaginación. Traté de que eso no fuera un impedimento sino una confabulación que favoreció a la ficción.
En el proceso de investigación me di cuenta de que no había gran documentación sobre el tema de los vientres en alquiler.
P: ¿En qué situación se encuentra el debate de la gestación subrogada en Argentina?
R: No existe prácticamente. De hecho, recién ha comenzado a discutirse públicamente —y de manera muy limitada— a partir del caso Ana Obregón. Y no porque en nuestro país no existan personajes conocidos que hayan alquilado vientres, sino por la fantasía de que esas son cosas que ocurren lejos, de que solo es un asunto de millonarios, cuando es al revés.
En Argentina todavía está fresca la tinta sobre la ley de interrupción voluntaria del embarazo, todavía está fresca esa memoria de lucha colectiva que se dio bajo consignas —muchas de ellas— ciertamente liberales. La suposición de que todas entendemos lo mismo por libertad, de que todas la tenemos garantizada por igual, de que todas tenemos los mismos márgenes de decisión conspira contra un debate que tiene que comenzar a darse, diría yo, con urgencia. La apropiación de consignas como “mi cuerpo, mi decisión” o “mi cuerpo es mío” por parte de las derechas, sumada a la ausencia de lectura de clase de los problemas de las mujeres, impide poner sobre la mesa un tema de tanta complejidad. En los feminismos, al menos en el sector que esto podría discutirse, hay mucho miedo a caer en el juicio, pero ese miedo es justamente lo que amordaza. Además, sigue habiendo una mirada sacrosanta sobre la maternidad, donde el deseo, por otra parte, también es un hito intocable.
P: ¿Qué te preocupa de este mecanismo?
R: Me preocupa la lista de condiciones que favorece al mercado. Y me preocupa que la situación socioeconómica argentina y de la región sea la ideal para que las clínicas vengan, se instalen y presionen hacia una legislación que las beneficie en detrimento de un sector afectado, a las claras, por sus condiciones de vida pauperizadas. Porque no es que las subrogaciones no ocurren porque, en efecto, lo hacen en un marco de desregulación, de clandestinidad, de trampa, con el ribete solidario o altruista por delante, haciendo uso de esos casos testigo.
Me preocupa que la situación socioeconómica argentina y de la región sea la ideal para que las clínicas vengan, se instalen y presionen hacia una legislación que las beneficie en detrimento de un sector afectado, a las claras, por sus condiciones de vida pauperizadas.
P: ¿Se puede obviar todo lo que conlleva la gestación subrogada?
R: No. Pero de algún modo la industria se esfuerza en no contarnos el “cómo” de la cuestión, el proceso, lo que requiere. Hay un empeño en sostener una suerte de ilusionismo, en mostrar que, en un abrir y cerrar de ojos, transferencia bancaria de por medio, una pareja tiene un bebé en brazos y es feliz. Bueno, el trabajo por hacer es narrar lo demás, lo que se mantiene opaco, poner la lupa sobre la letra chica. Y esa es una tarea que hay que hacer desde afuera.
P: ¿Qué futuro imaginas para tipo de prácticas?
R: Bueno, ya podemos elegir el sexo, el color de ojos, el coeficiente intelectual de un donante; ya podemos acceder a bebés de diseño, ser racistas de forma abierta y enmascarada a la vez, una paradoja de los tiempos de la diversidad y la tolerancia. Pienso que en un futuro va a proliferar la etnogénesis, que son estos vientres artificiales que, hasta ahora, tengo entendido se probaron con animales de granja. Lo cual sería bueno para poner sobre las cuerdas al mercado del alquiler de vientres, aunque no necesariamente bueno para quienes nazcan a través de ellos.