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La intuición de las madres y la inteligencia del corazón

Por Isabel Fernández del Castillo

 

Adaptado del libro La niñez como estado de conciencia[1]

 

Nos dijeron que los bebés llegan al mundo sin libro de instrucciones, y por eso los expertos se lanzaron en masa a decirnos a las madres cómo debíamos criar a nuestros bebés, qué era correcto hacer y qué no. Nos dijeron que si les tomábamos en brazos se iban a malcriar, que había que dejarles llorar para que aprendieran a dormir solos, durante muchos años nos dijeron que el biberón era mejor que la teta, y en cualquier caso las interferencias eran tales que era muy difícil amamantar.  Generaciones de madres lucharon contra su instinto por influencias externas de personas que no tenían la experiencia de ser madre.

También nos dijeron que para dar a luz necesitábamos hormonas artificiales, que lo normal es parir en contra de la gravedad y del sentido común[2], y muchas cosas más que han ido siendo desbancadas una por una por la ciencia.

Ese desdén por el conocimiento intuitivo y la experiencia compartida ha marcado generaciones enteras de madres.  Y sin embargo la intuición no es sólo una forma legítima de conocimiento, definida por la Real Academia de la Lengua Española como la «facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento» es la única que nos permite adentrarnos en las profundidades de lo misterioso, de aquello que está más allá del alcance del intelecto, de lo inefable. Y cuando somos madres nos adentramos en cuerpo y alma en un territorio sutil que trasciende el discurso lógico, y eso requiere otro estado de conciencia.

La (nuestra) naturaleza es inteligente

La maternidad y la crianza están atravesadas por auténticas fuerzas de la naturaleza que se manifiestan en todas y cada una de nosotras.  Una de ellas es la inteligencia del cuerpo, otra es la intuición, en estas etapas tan enraizada en el instinto que es difícil saber dónde acaba una y donde empieza la otra. Y la naturaleza hace todo lo posible por afinarla al máximo, desde el embarazo e incluso antes.   Todas esas fuerzas son expresiones de la inteligencia de la naturaleza.

Sintonizar con el estado de conciencia de los bebés y niños pequeños implica agudizar un tipo de inteligencia diferente de la que nos permite razonar, clasificar, conceptualizar y juzgar; requiere la capacidad para conectar emocionalmente, sensibilidad para captar lo sutil y percibir las señales, requiere confiar en la intuición, y hacer todo eso atravesando el muro de las ideas preestablecidas, los imperativos culturales, las expectativas ajenas, las condiciones de vida que nos empujan a salir del estado de conciencia de la crianza lo antes posible, la cadena de escollos que supone ser madre en un mundo que nos quiere “iguales”.  ¿Iguales a quien?

¿Cómo nos prepara la naturaleza?

Dice Allan Schore que la comunicación entre madre y bebé sucede de hemisferio derecho a hemisferio derecho[3]. No podía ser de otro modo, ya que cuando nace el bebé sólo está activo ese hemisferio.  Los bebés no razonan como nosotros, sienten.

El hemisferio derecho es la mente receptiva, es la que percibe e interpreta, aunque sea inconscientemente, el lenguaje emocional, las señales no verbales, el lenguaje corporal, los estados emocionales detrás de los gestos. Es también el que intuye, el que conecta emocionalmente, el que tiene la capacidad para inferir lo que siente el otro. Es el que nos conecta internamente, de un modo muy concreto: el neocórtex con el cerebro emocional o sistema límbico, y a través de él con el cerebro del corazón, y también con los sistemas implicados en la conciencia corporal, tan ligada a las emociones.  Todas estas son cualidades fundamentales en la crianza.

En una sociedad que valora el pensamiento lógico y lineal, dominante en nuestra cultura, no cabría imaginar una estrategia natural más inteligente que fomentar en las madres un estado de conciencia más abierto a la conexión emocional, más intuitivo, más sensible y perceptivo a las señales, más abierto al amor.  ¿Cómo lo hace?  De muchas formas, y esta es muy concreta.

Hace pocos años un grupo de investigadoras españolas descubría que durante el embarazo se reduce el volumen de materia gris del cerebro de las madres; hoy sabemos que también aumenta el de materia blanca.  La materia gris es más abundante en el hemisferio izquierdo, la mente analítica y lógica; la materia blanca más abundante en el hemisferio derecho, la mente receptiva, intuitiva, emocional. La materia blanca abunda más en las fibras que conectan distintas regiones del cuerpo, por ejemplo el hemisferio derecho con el sistema límbico, y éste con el cerebro del corazón.  ¿Es de extrañar que aumente durante el embarazo, siendo la capacidad de conectar tan crucial en toda la etapa perinatal?  Si la mente lógica es dominante en nuestra cultura ¿cuánta lógica hay en que la materia gris se reduzca temporalmente en el embarazo y la crianza?

La sintonía y el cerebro del corazón

La ciencia ha constatado que, estando piel con piel sobre su madre, los bebés sincronizan su ritmo cardíaco y respiratorio y su temperatura.  ¿Cuántas cosas más sincronizan aún no constatadas?

Hoy sabemos que el corazón que es un órgano de percepción, capaz de captar información sutil del entorno mucho antes que los sentidos ordinarios, que envía más información al cerebro que la que recibe de él, que es capaz de tomar decisiones intuitivamente en base a información que no que pasa por el cerebro[4].  La ciencia lo descubrió esto en el siglo XX, y sin embargo los poetas, los filósofos, los místicos y la sabiduría popular siempre lo supieron. Antes del paradigma mecanicista actual, el corazón siempre se asoció al amor y la sabiduría, se consideró la sede del alma.

Y no sólo eso, el corazón es también una glándula endocrina, capaz de segregar tanta oxitocina como el cerebro. Si definimos el amor como la fuerza que une ¿cuánta coherencia hay con el hecho de que el campo electromagnético del corazón, en su parte magnética, es 5000 veces más potente que el del cerebro?  Si los campos electromagnéticos influyen en todo lo que sucede alrededor ¿Cuánto sentido tiene que estando piel con piel con su madre, el bebé sincronice todas sus constantes vitales con las de su madre?

Cuando nacen y durante un buen número de años los bebés se encuentran en un estado de conciencia especial, y eso requiere que los adultos que le aman y le cuidan tengan la capacidad de sintonizar.  Todos tenemos esa capacidad, y de hecho los padres, aunque no son preparados hormonalmente porque no atraviesan un embarazo, también la desarrollan en gran medida con la convivencia.  La naturaleza lo facilita, pero nos necesita atentos y abiertos, amorosos.  ¿nos lo permitimos?

 

Isabel Fernández del Castillo es autora de La niñez como estado de conciencia y de La nueva revolución del nacimiento.

Fue cofundadora del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal y gerente hasta 2022.


[1] Fernández del Castillo I. 2014. La niñez como estado de conciencia.

[2] Fernández del Castillo I. 2014. La nueva revolución del nacimiento.

[3] Schore A. 1994. Affect Regulation and the origin of self. Psychology Press.

[4] Heartmath Institute. The science of the heart. Heartmath.org.