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El amor y el contacto en etapas tempranas -o su falta- generan efectos genéticos en el bebé a largo plazo

La cantidad de contacto cercano y reconfortante entre los bebés y sus madres, padres y cuidadores puede afectar a los niños a nivel molecular, y generar un efecto detectable cuatro años después, según una nueva investigación de la Universidad de Columbia Británica y el Instituto de Investigación del Hospital Infantil BC.

El estudio mostró que los niños que habían sufrido más estrés cuando eran bebés y que habían recibido menos contacto físico tenían un perfil molecular en sus células subdesarrollado para su edad, indicando la posibilidad de que estuvieran biológicamente rezagados.

«En los niños, creemos que la maduración epigenética más lenta puede indicar una mayor dificultad para prosperar», dijo Michael Kobor, profesor en el Departamento de Genética Médica de la UBC, que lidera el tema «Comienzos saludables» en el Instituto de Investigación del Hospital Infantil BC.

Aunque las implicaciones para el desarrollo infantil y la salud de los adultos aún no se han entendido, este hallazgo es coherente con trabajos similares realizados con roedores. Este es el primer estudio que muestra en humanos que el simple acto de tocar, temprano en la vida, tiene consecuencias de una gran trascendencia, y potencialmente de por vida, en la expresión genética (y por tanto en la salud).

El estudio, publicado el mes pasado en la revista Desarrollo y Psicopatología, involucró a 94 niños sanos de la Columbia Británica. Investigadores de UBC y BC Children’s Hospital pidieron a las madres y padres de bebés de 5 semanas de edad que llevaran un diario del comportamiento de sus bebés (como dormir, llorar o alimentar), así como la duración del cuidado que involucró contacto corporal. Cuando las niñas tenían aproximadamente 4 años y medio, se tomaron muestras de su ADN frotando el interior de sus mejillas.

El equipo examinó una modificación bioquímica llamada metilación del ADN, en la que algunas partes del cromosoma están marcadas con pequeñas moléculas compuestas de carbono e hidrógeno. Estas moléculas actúan como «interruptores de atenuación» que ayudan a controlar la actividad de cada gen y que, por lo tanto, afectan el funcionamiento de las células.

El grado de metilación, y en qué parte del ADN ocurre específicamente, puede verse influido por las condiciones externas, especialmente en la infancia. Estos patrones epigenéticos también cambian de maneras predecibles a medida que envejecemos.

Los científicos encontraron diferencias de metilación constantes entre niños de alto contacto y de bajo contacto en cinco sitios específicos de ADN. Dos de estos sitios caen dentro de los genes: uno juega un papel en el sistema inmune, y el otro participa en el metabolismo. Sin embargo, aún se desconocen los efectos posteriores de estos cambios epigenéticos sobre el desarrollo y la salud del niño.

Los niños que experimentaron mayor estrés y angustia y recibieron relativamente poco contacto corporal tuvieron una «edad epigenética» menor de lo esperable según su edad real. Tal discrepancia se ha relacionado con una peor salud en varios estudios recientes.

«Planeamos continuar con la investigación para comprobar si la ‘inmadurez biológica’ que vimos en estos niños conlleva amplias implicaciones para su salud, especialmente su desarrollo psicológico», dice la autora principal Sarah Moore, becaria postdoctoral. «Si más investigaciones confirman este hallazgo inicial, se subrayará la importancia de proporcionar contacto físico para todos los bebés, y especialmente para los bebés en dificultades».

Estudio:

Sarah R. Moore, Lisa M. McEwen, Jill Quirt, Alex Morin, Sarah M. Mah, Ronald G. Barr, W. Thomas Boyce, Michael S. Kobor. Epigenetic correlates of neonatal contact in humans. Development and Psychopathology, 2017; 29 (05): 1517 DOI: 10.1017/S0954579417001213

 

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