Por Encarnación Zapata
Este domingo hemos leído este artículo de Macarena Vidal Liy en El País Seamanal que describe la «versión moderna» de una antigua tradición china: sentar el mes, o pasar los cuarenta primeros días tras el nacimiento del bebé en reposo. Se titula «Cuarentena a todo lujo».
Me avisan de la publicación del artículo, comienzo a leerlo y al principio, oye, me da hasta envidia retrospectiva. ¡Qué tranquilidad!, pienso, qué bien que la madre y el bebé tengan ese espacio de descanso y calma para estar juntos, tener todo el tiempo del mundo para conocerse y que la madre sea atendida en sus necesidades y se pueda despreocupar de ellas, más allá de las curiosas prohibiciones que se describen.
Otra cosa que pienso es que, sin llegar a ese punto, esto también lo he visto en mi cultura, y lo encuentro muy necesario.
Los peros los empiezo a ver en que, como sucede en tantas otras cosas, se especializa y profesionaliza un servicio hasta que sólo una élite se lo puede permitir.
Luego lo de «cumplir la tradición de manera científica», y lo de las «necesidades de hoy en día». Cuando leo eso, no me espero nada bueno.
Y ahí llegan las perlas: «Adiestrar a la mamá en los cuidados del bebé», en vez de confianza en ella, y cómo no, «que el cuerpo de la mujer se ajuste cuanto antes y recupere la forma y el peso ideales» que a saber cuáles son, aunque lo sospecho.
Y el papá, a trabajar, claro, que ahí no pinta nada. ¿Atender a las necesidades de la madre para que ella pueda atender al bebé, disfrutar juntos de ese periodo emocionante? ¡Qué disparate!