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Sufrimiento emocional compartido: el estrés en el bebé

Por Raquel Huéscar 

 «La ternura está disponible cuando el llanto, expresión de dolor, busca el calor de otra piel que también puede llorar». Pascual Palau

El libro Sufrimiento emocional compartido: estrés en el bebé, de Pascual Palau Subiela, ofrece un análisis profundo del mundo emocional del bebé y de su entorno familiar. Su enfoque destaca por integrar el conocimiento psicoanalítico con aportes de la neurociencia, la teoría del apego, la psicosomática y la observación clínica. Se trata de una obra esencialmente clínica, que detalla estrategias de intervención en diferentes casos relacionados con problemas de alimentación en lactantes, duelo perinatal o parálisis cerebral, entre otros.

Durante la presentación del libro, Pascual compartió el origen de su interés por los bebés, un recorrido que permite comprender la amplitud y la sensibilidad de su trabajo. A comienzos de los años noventa escuchó por primera vez a Leon Kreisler, quien le abrió la puerta a una nueva forma de investigar el psiquismo infantil a través de la interacción temprana. Descubrió así que intervenir precozmente puede revertir muchas dificultades.

A partir de ahí comenzó a hacerse preguntas esenciales: ¿qué percibe un bebé de tres meses?, ¿qué capacidades perceptivas y psíquicas posee?, ¿cómo se relacionan estas con alteraciones en la alimentación, el sueño o la interacción? Su paso por la Escuela de Psicosomática de Pierre Marty consolidó una mirada interdisciplinar que se enriqueció aún más con su trabajo como psicólogo clínico en el Hospital de Sagunto y con la creación de ASMI (Asociación para la Salud Mental desde la Gestación), filial española de la Association for Infant Mental Health (WAIMH), junto a más de cuarenta profesionales de distintas disciplinas.

En el ámbito hospitalario, recibía interconsultas de múltiples especialidades —dermatología, endocrinología, neurología, gastroenterología—, lo que le permitió profundizar en la comprensión del psiquismo infantil en edades cada vez más tempranas. Incluso incorporó en su análisis los patrones neurocomportamentales del feto, llegando a la conclusión de que el recién nacido cuenta con numerosos recursos activos desde antes del nacimiento.

El bebé como pequeño investigador

El bebé busca mantener una homeostasis —un equilibrio interno—, que se desajusta tanto por un exceso de estimulación como por su ausencia. La hiperestimulación y la hipoestimulación pueden generar sufrimiento. El recién nacido dispone de recursos neurológicos, psíquicos y mentales que se activan en la relación con sus cuidadores: llega al mundo como un pequeño investigador que intenta dar sentido a lo que le ocurre, aunque pueda equivocarse.

La información sensorial le llega por múltiples canales —olfato, vista, oído, tacto— y debe procesarla para sostener un nivel óptimo de autorregulación sensorial y emocional. Cuando la relación con sus cuidadores presenta dificultades, estos mecanismos de protección pueden sobreactivarse y volverse crónicos. El uso persistente de estrategias de “antipercepción”, a modo de mecanismos defensivos, puede influir en la mentalización y en la construcción del psiquismo del bebé.

La importancia de reconocer las competencias del bebé

Es fundamental que los cuidadores sientan que su bebé es competente. La escala de desarrollo de T. Berry Brazelton supuso un gran avance al permitir mostrar a los padres, desde los primeros días de vida, las capacidades de sus hijos. Esto favorece una mirada más rica y compleja, y permite atribuir al bebé emociones, intenciones y habilidades.

El bienestar del bebé está íntimamente ligado al bienestar de sus padres. Por ello, para cuidar al bebé es necesario cuidar a su madre y también a su padre, o a cualquier figura significativa en la familia.

El llanto como forma de expresión

El llanto es un canal fundamental de expresión emocional. El bebé llora ante el malestar —hambre, sueño, estrés— y los cólicos del lactante, que suelen aparecer al final del día por acumulación de estrés, son un buen ejemplo de ello.

Es importante atender tanto el llanto excesivo como su inhibición. Algunos bebés dejan de llorar porque se desconectan del malestar interno, lo que puede llevar a que este se manifieste por otras vías: alteraciones del sueño, de la alimentación o de la atención.

En estos casos, la intervención debe facilitar que el bebé pueda llorar en brazos de sus cuidadores. No se trata de provocarlo, sino de permitirlo. A veces el llanto resulta tan insoportable para los padres, especialmente cuando hay experiencias traumáticas previas, que en el intento de calmar al bebé se inhibe su expresividad hasta que finalmente deja de llorar. En relación con un caso de una familia cuyo bebé estaba ingresado por vómitos constantes, Pascual refiere: «La ternura está disponible cuando el llanto, expresión de dolor, busca el calor de otra piel que también puede llorar». (p.110).

El llanto acompañado como proceso terapéutico

Cuando estos mecanismos de inhibición se activan de forma temprana, la capacidad del bebé para percibir sus propios estados internos disminuye, lo que puede derivar en fallas de mentalización con efectos a largo plazo. Sin embargo, afortunadamente estos procesos son reversibles.

En consulta, crear un espacio que acoja el malestar parental tiene un efecto restaurador para toda la familia. Los bebés son altamente perceptivos y reconocen cuando alguien puede sostener la angustia de sus padres. En estos entornos seguros, muchos bebés lloran por primera vez, para sorpresa de sus cuidadores.

Acompañar el llanto —sosteniéndolos en brazos, hablándoles con calma, nombrando sus posibles emociones— ayuda tanto al bebé como a los padres a discriminar y regular sus estados internos. Los bebés no se autorregulan solos: necesitan la presencia emocional de sus cuidadores.

Una vez el bebé comprende que puede llorar cuando lo requiere, su llanto se vuelve más regulado. Llora solo cuando es necesario y los padres ya no se angustian, lo que reduce la tendencia a inhibir la expresión emocional. Esto favorece un desarrollo más saludable y produce cambios visibles: mejoran los problemas de alimentación, sueño y conducta. La intervención profesional no termina en la consulta, ya que la transformación continúa en la vida cotidiana, en la relación que se va reconstruyendo.

La importancia de la prevención desde la gestación

Pascual propone una detección universal del sufrimiento parental entre los dos y los cuatro meses de embarazo. No solo para identificar a quienes presentan síntomas evidentes, sino también para reconocer factores de riesgo que suelen pasar desapercibidos.

La prevención exige un trabajo interdisciplinar entre pediatras, ginecólogos, matronas, trabajadores sociales y otros profesionales sensibilizados con la psicopatología perinatal. También es esencial contar con recursos institucionales que eviten la separación entre bebés y madres y que apoyen a las familias para prevenir la transmisión transgeneracional del trauma.

La evidencia aportada por la epigenética de que las experiencias traumáticas padecidas por el bebé, en el tiempo perinatal, pueden afectarlo de manera importante en su desarrollo y transmitirse a las siguientes generaciones, modifica nuestra visión de la psicopatología (p. 309).

El conocimiento sobre de lo que significa ser bebé no solo amplía nuestra comprensión clínica, sino que abre la puerta a nuevas propuestas de intervención y a cambios sociales necesarios para proteger la salud mental desde el inicio de la vida.

El libro de Pascual Palau exige una lectura pausada, reflexiva y atenta tanto a su rigor como a la sensibilidad que muestra en las intervenciones clínicas, las cuales aportan luz sobre cómo revertir situaciones de sufrimiento compartido.

https://asmieditorial.com/product/sufrimiento-emocional-perinatal-compartido-estres-en-el-bebe/

Raquel Huéscar Párraga

Psicóloga perinatal