
Por Malein Pacho, médica residente de Psiquiatria en (R4) Osakidetza y alumna del IESMP.
Hay algo en la salud mental perinatal que atrapa. Una pulsión vital que, cuando se hace presente, deja una marca difícil de borrar. En mi caso, esa conexión nació incluso antes de elegir la psiquiatría como especialidad. Ya entonces, los mundos de la pediatría y la gineco-obstetricia me fascinaban. Después supe que existía un cruce posible, un punto de encuentro entre esos campos y la psiquiatría. Y desde ahí, ya no hubo vuelta atrás.
Tuve la enorme fortuna de caer en un hospital donde esta sensibilidad no era ajena. Donde encontré, entre otras, a la Dra. Eva Sesma —psiquiatra infantojuvenil y profesora del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal— que no solo compartía esta mirada, sino que me impulsó a cultivarla. Fue ella quien me animó a formarme, y así, siendo aún R1, me embarqué en el curso online del IESMP. Ese fue mi primer contacto formal con un mundo tan amplio, tan interseccional, tan urgente. También fue cuando comprendí que en otros países esta perspectiva estaba integrada en las propias estructuras sanitarias, con unidades específicas para acompañar a las madres y a sus bebés en ese tiempo delicado y fundante que es el periodo perinatal.
Fue ahí cuando se sembró una idea: viajar. Salir. Conocer. Formarme fuera, en una Mother and Baby Unit (MBU) del Reino Unido. Y como todo deseo profundo, fue tomando forma entre búsquedas, correos, silencios, y más búsquedas. Me convertí en una suerte de detective: investigué cada MBU que encontré en el mapa de Reino Unido, localicé direcciones, redacté cartas, envié mi currículum una y otra vez, mes tras mes. Las respuestas no llegaban. Aun así, insistí.
En medio de ese camino, incluso escribí a Ibone Olza, buscando un empujón más, una pista nueva. También apareció una psiquiatra perinatal española en Reino Unido que, aunque no trabajaba en una MBU, me ofreció una perspectiva valiosa. Pero mi brújula seguía señalando hacia esas unidades tan específicas, donde madres e hijos comparten espacio, cuidados, escucha y tiempo.
Y entonces, cuando casi había bajado los brazos, me llegó la respuesta que llevaba tiempo esperando. Desde la MBU de East London, me escribieron. Vieron mi propuesta, les interesó. Y me pusieron en contacto con la Dra. Olivia Protti.
Desde el primer encuentro con ella, todo fue cuidado. Sus palabras, sus sugerencias, sus recomendaciones de artículos, de congresos, de lecturas, de caminos. Durante tres años, hablamos en varias videollamadas. Me acompañó incluso antes de conocerme en persona. Y cuando, por fin, en enero de 2024, hice una pequeña visita a la unidad para conocerles, me recibió ella misma, cálida y generosa, como quien abre la puerta de su casa. Me enseñó la unidad, me presentó al equipo. Y yo supe que aquel lugar iba a dejar una huella.
En septiembre de 2024, por fin, llegué a Londres para quedarme tres meses. Y lo que encontré superó mis expectativas.
La MBU me sorprendió desde el primer momento. Bastó cruzar sus puertas dobles para notar que allí se respiraba otra cosa. No era una unidad de hospitalización psiquiátrica como las que conocemos. Era un espacio vivo: colorido, lleno de juguetes, alfombras de juego, bebés gateando, riendo, llorando. Un espacio pensado desde el vínculo, desde la presencia y la ternura.
El equipo me acogió desde el primer día con amabilidad, respeto y una calidez profunda. Me integraron en sus dinámicas, me enseñaron sus formas de trabajo, me dejaron mirar de cerca. Me sorprendió la riqueza de recursos disponibles: además de psiquiatras y enfermería especializada, había psicólogas, terapeutas madre-bebé, terapeutas ocupacionales, farmacéuticos especialistas en perinatal, nursery-nurses, trabajadora social, especialista en habilidades para la vida, danzas-terapeutas, y hasta en ocasiones, arte-terapeutas.
La semana comenzaba con el management round, una reunión con representación de cada figura profesional del equipo: psiquiatras, enfermeras, nursery-nurses, psicólogas, trabajadoras sociales, farmacéuticas, terapeutas ocupacionales… Juntas repasábamos la situación clínica, familiar y social de cada paciente. Esa misma tarde, la Dra. Protti recibía en consulta individual a quienes lo deseaban.
El martes era el gran día: el Ward Round. Esa reunión me fascinó. Acudía una representante del equipo, junto con la paciente, sus familiares si así lo solicitaban, y muchas veces se conectaba por Teams el equipo comunitario que se encargaría del seguimiento de las pacientes tras el alta. Una reunión multidimensional, donde se escuchaban voces distintas y se tejía el acompañamiento de forma colaborativa.
Los miércoles alternaban entrevistas individuales con momentos de reflexión colectiva. Cuando alguna situación se estancaba o alguna dinámica se volvía densa, el equipo se sentaba a pensar juntas en la reunión de Reflective Practice. Y los viernes, una nueva puesta en común para cerrar la semana.
Además del abordaje clínico y terapéutico, me maravilló la cantidad de actividades pensadas desde el cuidado integral de las madres y sus bebés. Cada semana se organizaban grupos de música para madres y bebés, momentos de messy play, sesiones de masaje infantil, clases de zumba o dance movement therapy, talleres de terapia ocupacional y excursiones organizadas que permitían a las madres salir de la unidad y reconectar con el mundo más allá de los muros.
También se ofrecía un espacio precioso de terapia narrativa dirigida por una de las psicólogas, el grupo del “Árbol de la Vida”, donde las mujeres compartían sus raíces, fortalezas, aspiraciones y trayectorias, tejiendo sentido juntas desde lo vivido. Había dibujo, reflexión, juego, risa, conexión y escucha compartida.
Por otro lado, cada semana se celebraba una reunión entre las pacientes, el personal de la unidad y representantes de la gerencia del hospital. Un espacio donde las mujeres podían expresar sus quejas, compartir sugerencias y proponer mejoras para la unidad. Lo importante no era solo que hablaran: era que sus voces se escuchaban. Las decisiones no eran algo que les pasaba por encima, sino algo que también nacía desde ellas.
La unidad no solo cuidaba a las pacientes y sus bebés, sino que había un esmero importante en asegurar el cuidado del equipo terapéutico. Cada mañana la jornada comenzaba con el safety huddle, un espacio breve y poderoso donde alguien del equipo preguntaba cómo nos encontrábamos el resto en términos de colorimetría, como un semáforo del bienestar personal: verde, naranja o rojo. Y si alguien decía no estar bien o estar en ámbar o rojo, se hablaba de cómo apoyarla durante el día en su jornada laboral. También se repasaban incidentes, malestares o riesgos de las pacientes, y se proponían acciones desde lo colectivo.
Era evidente que no se trataba solo de curar síntomas, sino de cuidar historias, maternidades, vínculos, contextos, proyectos de vida. Y esa diferencia se notaba en cada rincón.
Aprendí muchísimo. De la Dra. Protti, por supuesto, y de sus lecturas semanales en las reuniones clínicas. Pero también del Dr. Barnett, Dr. Alam, Dra. Solera-Deuchar, Dra. Shivram, Dra. Parker, Dra Mitham y el resto del equipo (Michaella, Trauna, Catherine, Sabina, Charlotte, Lance, Emma, Virginie…). Me permitieron observar, preguntar, participar. Me dejaron ser sombra atenta durante tres meses, y eso, en un entorno así, es un privilegio inmenso.
Ahora bien, no todo fue ideal. Hubo aspectos del sistema nacional de salud británico que me resultaron chocantes, y que me hicieron pensar. La ley de autonomía del paciente, por ejemplo, me pareció llevada al extremo. Esto puede derivar en una demora significativa en decisiones clínicas importantes, sobre todo en contextos donde la capacidad de toma de decisiones está comprometida. Además, no existe un sistema de historia clínica unificado, lo que genera obstáculos en la transmisión de información entre hospitales. Son aspectos propios de su legislación y su estructura, pero que, como visitante externa, me llamaron poderosamente la atención.
Aun así, me quedo con la esencia. La MBU no es solo una unidad de hospitalización: es un espacio donde se sostiene la vida cuando esta tambalea, donde se cuida el vínculo como se cuida una herida abierta, con delicadeza, atención y presencia. Donde la psiquiatría baja al suelo, al nivel del bebé, para comprender lo que ahí se juega. Y donde el equipo se cuida entre sí, como parte esencial del tratamiento.
Hoy, al mirar atrás, siento una gratitud profunda. Porque esta experiencia no solo me ha dado conocimientos clínicos, sino que ha ensanchado mi mirada perinatal. Me ha mostrado que sí se puede trabajar desde el respeto, la escucha y la ternura, también en salud mental. Me ha recordado que las estructuras importan, que lo organizativo no es neutral, que los cuidados deben tener espacio, tiempo y recursos para florecer.
Noventa días entre alfombras de juego y silencios que escuchan. Noventa días para recordar que, incluso en los sistemas más complejos, hay lugares donde la salud mental se construye con ternura, escucha y comunidad.